Ver para creer. El primer tramo del siglo XXI puede terminar con los Beatles en el primer puesto del negocio discográfico, como máximos vendedores de la década. Al menos, podría ocurrir en Estados Unidos, donde funciona una tecnología fiable -el Nielsen Soundscan- que contabiliza los discos que pasan por caja. Ahora mismo, el primer lugar corresponde a Eminem, con un total de 32 millones de copias despachadas en estos años. Detrás están los Beatles, con algo más de 28 millones de ejemplares; su antología, 1, se afianza como el best-seller de la presente década, con casi doce millones de copias sólo en el mercado estadounidense. Y parece probable que, con el monumental lanzamiento de los remasters (complementado por el márketing del videojuego The Beatles: Rock band), los británicos habrán superado al rapero de Detroit antes de que acabe 2009. Toda una hazaña, habida cuenta que hace ya 40 años que dejaron de existir.
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Dos posibles lecturas. La primera es obvia pero digna de recordarse: en la música pop nadie tiene un legado tan rico, prodigiosamente desarrollado en menos de ocho años (de junio de 1962 a abril de 1970). La segunda, que la hegemonía de los Beatles en nuestra memoria sentimental tiene mucho que ver con las generaciones que crecieron durante los sesenta y los setenta, esas que desde hace tiempo controlan el poder político, económico, cultural y mediático: ellos vivieron de cerca la asombrosa aventura de los Beatles y no van a permitir que nadie eclipse su recuerdo.
Las ediciones remasterizadas que hoy llegan a las tiendas prometen que nunca se ha escuchado mejor a los Beatles. Partiendo de las cintas originales, se ha potenciado el sonido, eliminando errores o defectos meramente técnicos (nunca musicales). El equipo que desarrolló la tarea, en los estudios londinenses Abbey Road, muestra gran discreción respecto a sus intervenciones: lo contrario sería reconocer que EMI lleva 22 años vendiendo -a precio caro- ediciones digitales con muchas deficiencias.
La pregunta del millón: ¿se nota la diferencia? Sí, bastante: hay mayor presencia de los instrumentos, se aprecia una desconocida profundidad en las grabaciones, el encaje humano se hace más evidente. Aunque, atención, eso también puede resultar desconcertante. El oído se acostumbra a determinados niveles sonoros y, en muchas piezas, parece que se hubiera desplazado el centro de gravedad. Todo es más nítido, inquietantemente diferente.
Para simplificar: el equivalente a entrar en una habitación particular en la que unos profesionales hubieran movido levemente los muebles y sacado brillo a la decoración. La sensación de extrañeza tiene sus ventajas: más allá del masaje emocional que supone escuchar a los Beatles, puede redescubrirse el latido original de las canciones. Se palpa la densidad de la melancolía de McCartney, la arrogante confusión de Lennon, el filo de Harrison, la incierta alegría de Starr.
Nuevamente, impresiona la enormidad de sus logros. La chispeante energía de sus inicios esconde su capacidad para fundir distintas facetas del rock and roll e incorporar hallazgos de Motown y otros contemporáneos. Según crecen, exhiben insospechados recursos creativos: los pardillos de Liverpool asimilan información con voracidad y se atreven a inventar casi cada día. Ya convertidos en grupo de estudio, revolucionan el concepto de grabación y las posibilidades del elepé como soporte. Tras la fiebre psicodélica, su abanico se ha ampliado de tal forma que allí se puede encontrar el patrón de casi todas las formas del rock actualmente vigentes. Esa pasmosa heterogeneidad tiene una desventaja fatal: cada uno trabaja por su cuenta y se pierde el concepto de banda, de aventura compartida.
Los remasters de los Beatles se presentan en fundas de cartón de tres cuerpos, con el añadido de un librito con fotos inéditas o poco vistas. Los breves documentales que se visionan en el ordenador engarzan entrevistas posteriores con auténticos diálogos de estudio, con la intención de transportarnos a las sesiones de grabación.
No es "todo lo que grabaron los Beatles", como proclaman algunos locutores de televisión. Quedan fuera las sesiones para la BBC y los discos en directo, así como las magníficas colecciones de retales tituladas Anthology o las abundantes canciones que cedieron a otros colegas. Pero sí está lo esencial: los 217 argumentos que explican la grandeza de The Beatles. Incluso se trata de un pequeño milagro, considerando la aspereza de las relaciones entre los dos miembros vivos y los herederos de los dos difuntos. Se agradece que hayan dejado atrás sus miserias y, por una vez, piensen en su obra.La nueva edición potencia el sonido y elimina los errores técnicos
LIC:RENE DAVILA/ 25060011
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